Autor del libro Los Buguis (Libros del Amanecer, 2021)
Por Francisca Rodríguez Castro
“Un escritor sin tradición, es un escritor sin armas”
¿Qué autores o autoras te han inspirado para desarrollar tu trabajo como escritor?
Podríamos decir que ciertos narradores no necesariamente de libros, sino de videojuegos,
mangas o comics, han tenido una influencia bastante importante para mí. Pienso mucho en Hideo Kojima, por ejemplo, un creador de videojuegos como Snatcher o Policenauts, ambos con una estupenda narrativa gráfica de ciencia ficción. También pienso en todo el equipo de Blizzard Entertaiment que creo Warcraft y World of Warcraft, juegos en red de un worldbuilding tan genial como las novelas épicas de Tolkien o George R. R. Martin. Los mangakas Akira Toriyama, Masashi Kishimoto, Eiichiro Oda, Yasuhia Hara o Kentaro
Miura siempre están presentes de alguna forma en lo que escribo. También debe haber algo
de Neil Gaiman, Alan Moore y Frank Miller. Y seguro que en referencia a mis libros Los
Buguis y El amor es un perro que ruge desde los abismos han estado muy presentes
narradores que han escrito sobre pandillas o adolescentes en aprietos: Oswaldo Reynoso,
por ejemplo. Susan E. Hinton, Irvine Welsh, Andrés Caicedo y mucho, mucho, un exceso,
creo, pero un exceso insalubre, de J. D. Salinger.
Hablando de pandillas ¿cómo nace la idea de Los Buguis?
Las pandillas han configurado parte de mi vida, sobre todo en la niñez. Alguna vez fui un
aprendiz de pandillero en mi barrio de Ñaña, un espacio poco conocido en Perú y que está
ubicado en uno de los márgenes de Lima. En los noventa, Ñaña estaba llena de pandillas. Y
si un niño de ocho o nueve años quería tener amigos, tenía que ser pandillero. Había mucha
violencia y mucha sangre. Yo estaba rodeado de eso. Veía todos los días las peleas entre las
pandillas y a gente más grande que yo traficando con lo que siempre se trafica. Entonces
junto a un grupo de seis o siete niños, formamos una minipandilla llamada Los Buguis para
imitar a los mayores. Pero nos fue muy mal. Éramos muy chicos y siempre terminábamos
perdiendo en las peleas. Solo nos iba bien pintando las paredes o tirando zapatillas a los
cables de luz. Ya cuando empecé a escribir cosas de adulto, pensé en hacer un homenaje a
toda esa vivencia, a esas pandillas que formaron parte de mi educación sentimental en Ñaña
y que ahora ya no existen más. Por eso mi primer libro se titula Los Buguis.
¿Por qué decides contar la historia de Los Buguis a través de relatos y no como una
novela?
Porque me pareció que la estructura del relato se ajustaba mejor a las exigencias del libro:
diferentes estampas o vivencias de la misma pandilla de chicos en Ñaña. Aunque es un
conjunto de relatos, Los Buguis está ensamblada como una novela. Los personajes se
repiten, el espacio siempre es el mismo, un cuento sugiere cosas del otro, y así
sucesivamente. Eso también me permitió tener un mayor control sobre el proyecto
narrativo. En una novela me habría desbordado por el exceso de material. Aunque claro, si
hay algo que se pierde haciendo cuentos, es la carga épica que solo puede darse en la
novela o en la poesía.
¿Siempre pensaste que Ñaña sería el “escenario principal” del libro? ¿Por qué lo
elegiste como universo?
Porque Ñaña es el lugar donde crecí y donde estaban las pandillas que conocí. Además, fue
mi pequeño infierno tan temido en la adolescencia. Si iba a escribir sobre Los Buguis, Ñaña
definitivamente tenía que ser otro de los personajes y estar presente como algo vivo y con
propia personalidad. También me resultó muy cómodo ambientar ahí mis primeros relatos
porque Ñaña es un espacio que muy poca gente conoce y que nunca había sido usada dentro
de la literatura peruana. Entonces me interesó como material para que el lector descubriera
la mística que yo encontraba en esa zona. Eso me ayudó a ir sobre seguro y a manipular la
geografía a mi propio estilo.
¿Cómo trabajaste a los personajes de Los Buguis?
Casi todos los personajes están basados en pandilleros o adolescentes de Ñaña que
existieron de verdad. No me los inventé de cero. Simplemente ya estaban allí, en mi
recuerdo, y trate de darles la carga o dimensión moral que exigía su papel dentro del libro.
Incluso con Ñaña pasó lo mismo. Si bien Ñaña existe en la vida real, la Ñaña de Los Buguis
es una Ñaña inventada a mi gusto.
Ya que hablábamos de la edición chilena de Los Buguis, ¿cómo se trabajó el relato
inédito que agregaste y que se titula “Porno”? Es un relato coral, con muchas voces
que construyen a un “protagonista”.
El problema fue que cuando empecé a escribir ese relato, acababa de leer Los detectives
salvajes de Roberto Bolaño y de inmediato me puse a leer Mientras yo agonizo de William
Faulkner. Dio la casualidad de que esos dos libros tuvieran una estructura coral y una
técnica compuesta a partir de diversos focos narrativos. Supongo que eso me tentó a
escribir algo parecido, casi como un ejercicio de estilo. Entonces empecé a crear diferentes
voces que circularan alrededor del protagonista quien, a su vez, tiene su propia voz. Quedó
bastante bien. Es uno de los cuentos que más me gusta de Los Buguis. Todos los personajes
de ese relato están vinculados con la industria porno amateur de Lima y por eso aparecen
actores y actrices porno, productores de bajo estofa, camarógrafos y por ahí una chica que
hace desnudos por web cam. Desde luego, el protagonista tenía que ser un pandillero de
Los Buguis, quien de pronto se ve envuelto en ese universo del bajo mundo.
Los Buguis gira entorno a la violencia, a la amistad y también se enfoca en la
transición de la niñez a la adultez. ¿Por qué ese especial interés en este último tema?
Porque por entonces me parecía uno de los puntos más cercanos a mi propia sensibilidad e,
incluso, sentía que mi memoria partía desde allí: el transito de la adolescencia a la adultez,
es decir, esa crisis de edad por la que todo joven pasa. Recuerdo que un poeta decía que
solo bastaba con haber sobrevivido la adolescencia para escribir poesía por 100 años. Eso
me pareció tremendo, como también me pareció exacto, revelador y brutal, una frase que
leí de Robert Musil en su Las tribulaciones del estudiante Torless, la cual dice: “La primera
pasión de los adolescentes no es el amor del uno por el otro, sino de odio contra todo”. Ya
con eso tenía más o menos pauteado lo que tenía que hacer en mi primer libro Los Buguis.
Era una apuesta única por esa etapa vital, pues se sabe que en la adolescencia o te puedes
volver una buena persona o un asesino, un psicópata, un desgraciado, alguien dañado
brutalmente no solo en su casa, sino también en su colegio, su barrio o todo su círculo
social.
¿Podrías profundizar sobre el nuevo proyecto que estás desarrollando?
Me da un poco de cosas hablar sobre lo que voy escribiendo y todo eso, pero solo podría
decirte que es una nueva novela, muy voluminosa, muy coral, muy decimonónica también,
y que ya nada tiene que ver con mi primer proyecto sobre el universo adolescente. Esta vez
hay mucho de temas de identidad, cuestiones de género y raciales. Hay mucha gente a
caballo, fanáticos religiosos, rebeliones indígenas, pistoleros, abigeos, todo eso en el Perú
del siglo XIX, justo después de la guerra con Chile.
¿Cómo ves el presente de la literatura peruana? ¿Crees que la industria literaria está
más abierta a nuevas voces?
Me parece que hay una apertura para escritores que empiezan abordar nuevos aspectos de la
realidad nacional, desde espacios no explorados. Es mi caso, por ejemplo. Ñaña es un
espacio que no se había explorado, que aparentemente no podía tener literatura porque no
estaba en un espacio oficialista, pero de pronto sale un libro que aborda ese espacio y
empieza a crear sus propios códigos de escritura, sus propios códigos temáticos, su propia
mitología incluso.
Hay otros escritores jóvenes que también están haciendo lo mismo desde sus propios
espacios de enunciación. Aunque con diferentes estéticas, creo que se comparte algo en
común: el malestar generacional desde lo periférico. Y cuando menciono lo periférico, no
solo me refiero a un tema de espacio urbano o rural, sino también a un tema de identidad o
de género, incluso de cuestión de clase. Definitivamente eso se debe al tiempo en el que
vivimos y los cambios en el paradigma político y social de Latinoamérica. Eso es
interesante. Y me alegra mucho que todas estas nuevas voces se hayan abierto camino
dentro del viejo oficialismo literario de Perú sin necesidad de sobonear o rendir culto a
nadie.
¿Crees que el nuevo panorama comunicacional (con la presencia de internet, las redes
sociales; donde todos somos creadores y receptores de información, y donde la imagen
juega un rol importante) está impactando en la literatura?
Definitivamente. Impactó hace mucho tiempo. Mi última novela, por ejemplo, tiene muchas
cuestiones digitales dentro de su estructura y capa referencial: está el anime, el hentai, las
creepypastas, los debates en foros de internet, la estructura del comic y cierta semántica
sacada de la pornografía online. Pienso también en Nefando de Mónica Ojeda y sus
referencias inmediatas a la Deep web o algunos de los cuentos de Constanza Gutiérrez y
Paulina Flores contaminados por la mitología digital.
Incluso creo que también hay otros trabajos literarios ensamblados a través de
hipervínculos o códigos QR. El escritor norteamericano Tao Lin, por ejemplo, ha escrito
novelas con formato de chat de Gmail y cosas así. En definitiva, hay una influencia
tremenda de las manifestaciones digitales en la narrativa. También en la poesía. De ahí ha
nacido la Hiperpoesía, la poesía electrónica o movimientos interesantes como la Alt Lit. Es
todo un universo que ahora se está complementando. Sí, es muy interesante, pero igual creo
que hay que tener mucho cuidado, porque puede llegar el momento en el que los formatos
digitales puedan exaltarse tanto que los escritores empiecen a pasar por alto el aspecto
épico y vivencial que tiene la literatura. Es un hecho: no todo puede quedar en juegos
metalingüísticos o estructurales. ¿Ya lo vimos con ciertos vanguardista o la corriente del
surrealismo, no? Muy pocos sobrevivieron bien. Supongo que en este caso, la idea sería
condensar lo mejor posible las nuevas propuestas con la tradición literaria clásica. Y esto
porque un escritor sin tradición, es un escritor sin armas.
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