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#04 Entrevista a J.J. Maldonado

Autor del libro Los Buguis (Libros del Amanecer, 2021)


Por Francisca Rodríguez Castro


“Un escritor sin tradición, es un escritor sin armas”


¿Qué autores o autoras te han inspirado para desarrollar tu trabajo como escritor?

Podríamos decir que ciertos narradores no necesariamente de libros, sino de videojuegos,

mangas o comics, han tenido una influencia bastante importante para mí. Pienso mucho en Hideo Kojima, por ejemplo, un creador de videojuegos como Snatcher o Policenauts, ambos con una estupenda narrativa gráfica de ciencia ficción. También pienso en todo el equipo de Blizzard Entertaiment que creo Warcraft y World of Warcraft, juegos en red de un worldbuilding tan genial como las novelas épicas de Tolkien o George R. R. Martin. Los mangakas Akira Toriyama, Masashi Kishimoto, Eiichiro Oda, Yasuhia Hara o Kentaro

Miura siempre están presentes de alguna forma en lo que escribo. También debe haber algo

de Neil Gaiman, Alan Moore y Frank Miller. Y seguro que en referencia a mis libros Los

Buguis y El amor es un perro que ruge desde los abismos han estado muy presentes

narradores que han escrito sobre pandillas o adolescentes en aprietos: Oswaldo Reynoso,

por ejemplo. Susan E. Hinton, Irvine Welsh, Andrés Caicedo y mucho, mucho, un exceso,

creo, pero un exceso insalubre, de J. D. Salinger.


Hablando de pandillas ¿cómo nace la idea de Los Buguis?

Las pandillas han configurado parte de mi vida, sobre todo en la niñez. Alguna vez fui un

aprendiz de pandillero en mi barrio de Ñaña, un espacio poco conocido en Perú y que está

ubicado en uno de los márgenes de Lima. En los noventa, Ñaña estaba llena de pandillas. Y

si un niño de ocho o nueve años quería tener amigos, tenía que ser pandillero. Había mucha

violencia y mucha sangre. Yo estaba rodeado de eso. Veía todos los días las peleas entre las

pandillas y a gente más grande que yo traficando con lo que siempre se trafica. Entonces

junto a un grupo de seis o siete niños, formamos una minipandilla llamada Los Buguis para

imitar a los mayores. Pero nos fue muy mal. Éramos muy chicos y siempre terminábamos

perdiendo en las peleas. Solo nos iba bien pintando las paredes o tirando zapatillas a los

cables de luz. Ya cuando empecé a escribir cosas de adulto, pensé en hacer un homenaje a

toda esa vivencia, a esas pandillas que formaron parte de mi educación sentimental en Ñaña

y que ahora ya no existen más. Por eso mi primer libro se titula Los Buguis.


¿Por qué decides contar la historia de Los Buguis a través de relatos y no como una

novela?

Porque me pareció que la estructura del relato se ajustaba mejor a las exigencias del libro:

diferentes estampas o vivencias de la misma pandilla de chicos en Ñaña. Aunque es un

conjunto de relatos, Los Buguis está ensamblada como una novela. Los personajes se

repiten, el espacio siempre es el mismo, un cuento sugiere cosas del otro, y así

sucesivamente. Eso también me permitió tener un mayor control sobre el proyecto

narrativo. En una novela me habría desbordado por el exceso de material. Aunque claro, si

hay algo que se pierde haciendo cuentos, es la carga épica que solo puede darse en la

novela o en la poesía.


¿Siempre pensaste que Ñaña sería el “escenario principal” del libro? ¿Por qué lo

elegiste como universo?

Porque Ñaña es el lugar donde crecí y donde estaban las pandillas que conocí. Además, fue

mi pequeño infierno tan temido en la adolescencia. Si iba a escribir sobre Los Buguis, Ñaña

definitivamente tenía que ser otro de los personajes y estar presente como algo vivo y con

propia personalidad. También me resultó muy cómodo ambientar ahí mis primeros relatos

porque Ñaña es un espacio que muy poca gente conoce y que nunca había sido usada dentro

de la literatura peruana. Entonces me interesó como material para que el lector descubriera

la mística que yo encontraba en esa zona. Eso me ayudó a ir sobre seguro y a manipular la

geografía a mi propio estilo.


¿Cómo trabajaste a los personajes de Los Buguis?

Casi todos los personajes están basados en pandilleros o adolescentes de Ñaña que

existieron de verdad. No me los inventé de cero. Simplemente ya estaban allí, en mi

recuerdo, y trate de darles la carga o dimensión moral que exigía su papel dentro del libro.

Incluso con Ñaña pasó lo mismo. Si bien Ñaña existe en la vida real, la Ñaña de Los Buguis

es una Ñaña inventada a mi gusto.


Ya que hablábamos de la edición chilena de Los Buguis, ¿cómo se trabajó el relato

inédito que agregaste y que se titula “Porno”? Es un relato coral, con muchas voces

que construyen a un “protagonista”.

El problema fue que cuando empecé a escribir ese relato, acababa de leer Los detectives

salvajes de Roberto Bolaño y de inmediato me puse a leer Mientras yo agonizo de William

Faulkner. Dio la casualidad de que esos dos libros tuvieran una estructura coral y una

técnica compuesta a partir de diversos focos narrativos. Supongo que eso me tentó a

escribir algo parecido, casi como un ejercicio de estilo. Entonces empecé a crear diferentes

voces que circularan alrededor del protagonista quien, a su vez, tiene su propia voz. Quedó

bastante bien. Es uno de los cuentos que más me gusta de Los Buguis. Todos los personajes

de ese relato están vinculados con la industria porno amateur de Lima y por eso aparecen

actores y actrices porno, productores de bajo estofa, camarógrafos y por ahí una chica que

hace desnudos por web cam. Desde luego, el protagonista tenía que ser un pandillero de

Los Buguis, quien de pronto se ve envuelto en ese universo del bajo mundo.

Los Buguis gira entorno a la violencia, a la amistad y también se enfoca en la

transición de la niñez a la adultez. ¿Por qué ese especial interés en este último tema?

Porque por entonces me parecía uno de los puntos más cercanos a mi propia sensibilidad e,

incluso, sentía que mi memoria partía desde allí: el transito de la adolescencia a la adultez,

es decir, esa crisis de edad por la que todo joven pasa. Recuerdo que un poeta decía que

solo bastaba con haber sobrevivido la adolescencia para escribir poesía por 100 años. Eso

me pareció tremendo, como también me pareció exacto, revelador y brutal, una frase que

leí de Robert Musil en su Las tribulaciones del estudiante Torless, la cual dice: “La primera

pasión de los adolescentes no es el amor del uno por el otro, sino de odio contra todo”. Ya

con eso tenía más o menos pauteado lo que tenía que hacer en mi primer libro Los Buguis.

Era una apuesta única por esa etapa vital, pues se sabe que en la adolescencia o te puedes

volver una buena persona o un asesino, un psicópata, un desgraciado, alguien dañado

brutalmente no solo en su casa, sino también en su colegio, su barrio o todo su círculo

social.


¿Podrías profundizar sobre el nuevo proyecto que estás desarrollando?

Me da un poco de cosas hablar sobre lo que voy escribiendo y todo eso, pero solo podría

decirte que es una nueva novela, muy voluminosa, muy coral, muy decimonónica también,

y que ya nada tiene que ver con mi primer proyecto sobre el universo adolescente. Esta vez

hay mucho de temas de identidad, cuestiones de género y raciales. Hay mucha gente a

caballo, fanáticos religiosos, rebeliones indígenas, pistoleros, abigeos, todo eso en el Perú

del siglo XIX, justo después de la guerra con Chile.


¿Cómo ves el presente de la literatura peruana? ¿Crees que la industria literaria está

más abierta a nuevas voces?

Me parece que hay una apertura para escritores que empiezan abordar nuevos aspectos de la

realidad nacional, desde espacios no explorados. Es mi caso, por ejemplo. Ñaña es un

espacio que no se había explorado, que aparentemente no podía tener literatura porque no

estaba en un espacio oficialista, pero de pronto sale un libro que aborda ese espacio y

empieza a crear sus propios códigos de escritura, sus propios códigos temáticos, su propia

mitología incluso.

Hay otros escritores jóvenes que también están haciendo lo mismo desde sus propios

espacios de enunciación. Aunque con diferentes estéticas, creo que se comparte algo en

común: el malestar generacional desde lo periférico. Y cuando menciono lo periférico, no

solo me refiero a un tema de espacio urbano o rural, sino también a un tema de identidad o

de género, incluso de cuestión de clase. Definitivamente eso se debe al tiempo en el que

vivimos y los cambios en el paradigma político y social de Latinoamérica. Eso es

interesante. Y me alegra mucho que todas estas nuevas voces se hayan abierto camino

dentro del viejo oficialismo literario de Perú sin necesidad de sobonear o rendir culto a

nadie.


¿Crees que el nuevo panorama comunicacional (con la presencia de internet, las redes

sociales; donde todos somos creadores y receptores de información, y donde la imagen

juega un rol importante) está impactando en la literatura?

Definitivamente. Impactó hace mucho tiempo. Mi última novela, por ejemplo, tiene muchas

cuestiones digitales dentro de su estructura y capa referencial: está el anime, el hentai, las

creepypastas, los debates en foros de internet, la estructura del comic y cierta semántica

sacada de la pornografía online. Pienso también en Nefando de Mónica Ojeda y sus

referencias inmediatas a la Deep web o algunos de los cuentos de Constanza Gutiérrez y

Paulina Flores contaminados por la mitología digital.

Incluso creo que también hay otros trabajos literarios ensamblados a través de

hipervínculos o códigos QR. El escritor norteamericano Tao Lin, por ejemplo, ha escrito

novelas con formato de chat de Gmail y cosas así. En definitiva, hay una influencia

tremenda de las manifestaciones digitales en la narrativa. También en la poesía. De ahí ha

nacido la Hiperpoesía, la poesía electrónica o movimientos interesantes como la Alt Lit. Es

todo un universo que ahora se está complementando. Sí, es muy interesante, pero igual creo

que hay que tener mucho cuidado, porque puede llegar el momento en el que los formatos

digitales puedan exaltarse tanto que los escritores empiecen a pasar por alto el aspecto

épico y vivencial que tiene la literatura. Es un hecho: no todo puede quedar en juegos

metalingüísticos o estructurales. ¿Ya lo vimos con ciertos vanguardista o la corriente del

surrealismo, no? Muy pocos sobrevivieron bien. Supongo que en este caso, la idea sería

condensar lo mejor posible las nuevas propuestas con la tradición literaria clásica. Y esto

porque un escritor sin tradición, es un escritor sin armas.

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6 Comments


Tuco Salamanca
Tuco Salamanca
hace 5 días

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Min Seow
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Anderson
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